Disculpa que no haya escrito ayer, pero andaba ocupadón, así que te voy a dejar un textito que me eché para Espinas del nopal hace un ratito. Va, pues.
Las tradiciones populares son bellas y agradables porque es ahí, en lo popular, donde recae su belleza: en la misma gente que las realiza y mantiene con vida. Las canciones populares, al igual que las tradiciones, se clavan en el pueblo, que con tremendo fervor, no permite que se extingan.
Esto menciona tu humilde servilleta porque como dicen los versos de David Lama: "Ya va llegando diciembre y sus posadas, se va acercando ya también la Navidad." Es verdad. Probablemente, diciembre es el mes más agradable para mezclar tradiciones y canciones, que, así juntas, crean las tradiciones populares.
En muchas ciudades, desde los últimos días de noviembre hasta el doce de diciembre, miles y miles de personas peregrinan, hacen fiestas, comidas, la tradicional reliquia, danzas y un largo etcétera a la Patrona de México, la Virgen de Guadalupe. Al recrear estas festividades me es imposible no pensar en muchísimas personas en procesión, algunas rezando Aves Marías mientras van desgranando las cuentas del Rosario y otras más cantando: "Desde el cielo una hermosa mañana". (Te apuesto, mi querido lector, que entonaste o tarareaste esta rolita.) La Guadalupana, canción de belleza poética, rítmica y métrica del dominio popular que acompaña a la gente a las parroquias o catedrales de la Emperatriz de América.
Pocos días después, en un lapso de nueve días, se comienzan a recordar las dificultades que tuvieron María y José pidiendo posada para encontrar un lugar para dar a luz al Niño Jesús. Del 15 al 23 se festejan las tradicionales posadas navideñas; muchas empiezan desde antes, y convertidas en tamalizas, pozolizas o simples borracheras, son un buen pretexto para la convivencia. De esta manera, con velas o luces de bengala, en dos grupos de personas -usulamente uno de ellos mitigando los estragos del gélido clima con un ponchecito, piquete incluido- entonan estos versos: "En el nombre del cielo, os pido posada". (Sí, ya sé que volvió a pasar lo mismo que con la canción anterior). Después, a romper la piñata de siete picos con semejante saña que parece uno odiar los pecados capitales; y al terminar, todos contentos con el bolo de cacahuates rancios con su naranja pasada, en su defecto sus palomitas viejas con sus colaciones de anís, más duras que las piedras, pero ahí andas chupe y chupe. Y no, no me refiero al Lupe-Reyes, puercazo.
Se llegan el 24 y 25, momentos de amor, paz y reflexión; de dar y compartir; de tener en casa un nacimiento con figuritas y hasta un pino dizque pa' los regalos; cantando canciones de adoración a Jesús recién nacido; y comiendo todo tipo de alimentos como si en la casa hubiera buffet para 754 personas -de veras, no te entiendo, amá-.
Y qué decir de los bombardeos publicitarios que no pueden faltar, ya sean miles de películas navideñas en el cine, o bien, muchísimas tiendas departamentales, refresqueras, cerveceras, y hasta negocios locales que intentan hacerme comprar todo lo que tenga que ver con un obeso barbón de pelo cano con un vestido rojo que vuela en un trineo jalado por renos. Esto al tiempo en que un séquito de personas canta villancicos.
Como gustes: ríendo, cantando, llorando, rezando o borracho, el caso es que ya estamos en diciembre y no debemos permitir que mueran éstas, nuestras tradiciones populares.
Texto: Jesús Cáñez.
Imagen: Google Images.
Twitter: @HijodeTinTan