Estaba clavándole el diente a un plato de delicioso y suculento espinazo, pensando en qué debía escribir para hoy cuando repentinamente llegó mi hermano a comer con uno de sus pequeños camaradas. Cuando terminaron de comer le dije al chavito: -¿Quieres más? y tímidamente respondiome: -No, gracias. Muy rico, eh (Saweb, pos lo hizo mi esposa). Y fue ahí cuando tuve una epifanía: lo incómodo que es estar en una casa ajena.
Hijosumare, com(p)are, a mí en lo particular me resulta muy incómodo estar en una casa ajena, más por primera vez. Ya sea que esté en tu casa, la de tu novia o la de tus papás me resulta muy incómodo. Prefiero quedarme en el patio o en la cochera. Y me resulta así simplemente porque cada familia tiene hábitos y costumbres diferentes, por ejemplo, los dos siguientes escenarios:
La hora de la comida.
Llegas a casa de tu amiguit@, novia, suegros, jefe, etc. Y lo primero que te dicen es: "siéntate, ándale, más vale llegar a tiempo que ser invitado". ¡Cárgueme la chingada de una buena vez! Si me vas a dar de comer no me hagas sentir que me estás haciendo el paro. Bueno, ya puse mi mueca pendeja, finjo que soy educado y buen muchacho y me siento a comer. Sirven pozole. ¡A quién no le gusta el pozole! Y uno es tragón. Así que me termino el plato de pozole y me preguntan: "¿Quieres más? Ahí hay más, está re bueno eh, está en esa olla grandota" y mientras mis tripas por dentro me dicen: "ándale, wey, aunque el de tu jefa sepa más rico tú aprovecha, déjate caer gacho, que te sirva poquito, nomás que no se tire, y de una vez que le ponga patita, y repollo, y rabanitos y..." pero las callo, me amarro y respondo igual que el chavito del inicio: "No, gracias. Muy rico, eh". Me levanto, hasta lavo mi plato y nuevamente doy gracias.
Y la contraparte. Llegas a una casa en que están sirviendo de comer y te dicen: "Ora, Chuyito, siéntate a papear, ahorita que está calientita la comida y está haciendo frío, ándale ahí hay pan francés y tortillitas calientitas". Qué diferencia, hasta dan ganas chingao. Y te sirven un platote de lentejas -en lo personal, me caaaagan las lentejas ¡y uno que es harto vergonzoso!- y ahí me tienes casi llorando pa' darle la primera cucharada y todos viéndome -sin saber que no me gustan las lentejas-, "¿Tan buenas las lentejas, edá mi Chuy? Las acaba de hacer mi vieja." y yo con un nudo en la garganta: "riquísimas, señor." Pues me acabo el plato con el vomito gorgoteando en el gaznate y pa' pronto me sirven otro plato: "Chíngale, mi Chuy, se vale dobletear o tripletear, ahí hay más, eh, están en esa olla grandota". ¡Vuélvame a cargar!
Pasa de modo similar con el pisto. Llegas a la casa de alguien y está la fiesta a todo lo que da: las norteñas, la banda, la carne asada y una hielera industrial hasta el copete de botes; una barra con tequila, ron, whisky, vodka, tintos y lo que se te ocurra y tú sin un varo en la bolsa. Y mira que sabemos que eres puerco. "Ándele, mi Chuy, tómese un bote". Aceptas con cara de nomás uno porque me regañan en mi casa y como en el cine, una escena dos horas después, ya estás con los borrachos tíos de tu vieja bien pedote con una manguera en la boca y los tíos echándote una mezcolanza etílica por un embudo. Bien jugado, bien jugado.
Y la contraparte, llegas al mismo escenario y nadie es pa' ofrecerte ni un vaso con agua. Nomás los ves casi con delirium tremens y el hocico seco. ¡¿Qué, ni una limonadita pa'l Chuy?!
Los baños
Después de despacharte los dos platos de lentejas, sientes que tu estómago tiembla y una danza en tus entrañas te clama, a ti, que no vas a hacer del dos -ja- en otra casa, que no vas a alcanzar a llegar a tu trono. Así que muerto de pena, sudando y con la piel chinita pides el baño. Total, es una necesidad básica. "Claro que sí, m'ijo, pásele, ya sabes, al fondo a la derecha, como en las películas". Con lágrimas de sangre y retortijones arrancas papel de baño pa' ponerlo en la taza -hasta te imagino, me cae-, y simplemente te dejas llevar. Y mira que no haces rosas. Y mira que no huele a rosas. Y de repente, así de chingazo, te tocan la puerta y tú de voooy, pero no para apurarte, sino para decirte: "M'ijo se me olvidó decirte que ese baño no baja, ahorita que salgas yo le echo una tina de agua". Es un medio baño. No accedes a la petición y más nervioso te pones. Sales todavía con las rodillas temblorosas, los cachetes colorados de la vergüenza y te percatas de los fétidos olores que despidió tu cuerpo. No piensas más que "ya mejor mátenme". La doña afuera ya lista con su balde de agua y una sonrisa de no pasa nada. Se la arrebatas, regresas al baño casi vomitando por el aroma de tus putrefactas heces y le avientas el agua. Y no se va. Vuelves a pedir más agua y te dice la seño: "es que la tienes que aventar desde arriba, m'ijo, sino no se va". Repites la hazaña un par de veces más. Nuevamente apenado no te queda más que confesar tu vergüenza y un agradecimiento incómodo, no sin antes decirle a la doñita qué bonito baño tiene.
Y ya ni te digo de romper un plato, vaso, jarrón, tomarte el último trago de Coca, o bañarte, etc. Y aunque también hay casas de amigos o personas en las que te sirves solo, dobleteas, te embriagas y vas al baño casi con la puerta abierta, hay otras en que resulta muy complicado el coexistir. Y te dejo porque me tengo que ir a preparar porque voy a cenar a casa de un amigo -ojalá no den lentejas-. Ahí ponle abajito qué más te incomoda en casa ajena. Comparte en Facebook y dale RT en Twitter. Gracias.
Texto: Jesús Cáñez
Imagen: Google
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