miércoles, 22 de enero de 2014

Pena de muerte




Vestirse con el disfraz de la sombra de la muerte no debe de ser cosa fácil ni de tomarse a la ligera. Se debe de llegar a un alto grado de autoridad social para poder determinar si alguien debe vivir o debe de exhalar su último suspiro, al menos ha sido así a lo largo de la historia de la humanidad.

El ser humano dentro de sus más puros instintos de animal mata por distintas causas, una de ellas es por ideología.
Según la Biblia, hace cerca de dos mil años asesinaron a Jesucristo, condenado a muerte de cruz por su propio pueblo. Las religiones han sido culpables de millones de muertes alrededor del mundo desde que se inventó la primera; las antiguas civilizaciones ofrecían como sacrificio a sus dioses a cientos de personas para lograr o calmar sus deseos, ya los sociales, ya los divinos; los emperadores y senadores romanos por muchos años a modo de circo se deleitaron matando esclavos y prisioneros con leones o con centuriones y con el arcaíco pero infalible método de usar su pulgar decidían sobre la vida de otro ser; la Santa Inquisición quemaba y mandaba a la horca, antes usando tácticas de tortura maquinadas por mentes demasiado retorcidas, a muchas personas por pecadores como tú y yo; los nazis hicieron en más de la mitad de Europa uno de los más grande cementerios que han existido sobre la faz de la tierra; al mismo tiempo, otro tipo de "arios", el Ku Klux Klan, se encargaron de aniquilar a otros seres por el hecho de tener la piel más oscura que ellos; y así podríamos hacer todo un texto acerca de empresas asesinas.

Hoy, en el estado de Texas, en el vecino país de la bandera de las barras y las estrellas; ese mismo país que se jacta de intervenir para acomodar el orden mundial y luchar por los derechos humanos, parecen regresar a la antigua Francia donde en la plaza se ponía la guillotina o la horca para exponer al criminal ante el pueblo y decapitarlo o ahorcarlo. Igual, en este día bajo la famosa pena de muerte y cambiando la plaza y la guillotina por una cama de quirófano con cinturones y una inyección con una mezcla de químicos, a menos de que se se posponga o se cancele por un último recurso en punto de las seis de la tarde, el mexicano Edgar Tamayo dejará de existir.
El compatriota de cuarenta y seis años se encuentra preso en Texas desde hace veinte años y condenado a pena de muerte por el supuesto asesinato de un policía. Arrestado por robo, con esposas puestas se dice que con una pistola atinó tres disparos al extinto oficial y huyó siendo detenido metros más adelante. Según el noticiero de Joaquín López Dóriga un examen de rodizonato realizado para determinar si había disparado un arma de fuego salió negativo. Y tras un dudoso proceso judicial y varias apelaciones del gobierno mexicano y de los abogados de Tamayo para aplazar el juicio, una de ellas por padecer deficiencia mental que fuesen ignoradas por la corte texana, hoy miércoles se cumple el plazo que podría terminar con sus últimos días.

A continuación un par de enlaces del periódico Excélsior y de la revista Proceso acerca del tema.





Texto: Jesús Cáñez
Imagen: Google
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miércoles, 15 de enero de 2014

De Espinoza Paz y otras pendejadas



Primero que nada ¡Feliz y bendito año 2014! Te deseo que suceda lo mejor que pueda pasarte. Dicho esto pasemos a nuestro mole.

En estas vacaciones decembrinas ir al centro es ir a poner a prueba tu tolerancia y tu paciencia, dado que otros seres humanos son pendejos hasta pa' caminar -todos menos tú y yo, ja-. Pero forzosamente tenía que ir, así que decidí abordar una unidad de transporte público conducida por un chafirete, un taxi, pues.
Después de la clásica plática por excelencia (-¿Al centro?, ¡Uy, joven, está hasta la madre, eh!, Pero qué hace uno, pos hay que chingarle pa' los regalos... ¿Está haciendo friíto, edá?) y esas preguntas de siempre, su dispositivo de audio, un teléfono celular marca Nokia, vomitó una canción de Isidro Chávez Espinoza, mejor conocido como Espinoza Paz (sí, lo vi en Wikipedia) y como no queriendo se aventó otras dos, tres bascas del mismo intérprete. Si eso no bastara, el emocionado conductor comenzó a relatarme el porqué de su gusto por el músico nacido en Angostura, Sinaloa (sí ya sé que sabes que lo vi en Wikipedia), quesque por su humildá, quesque escribe re bonito, porque es la voz del pueblo... Bueno, casi lo quería canonizar el apasionado cafre. Mientras me seguía contando las andanzas quijotescas de este hidalgo sinaloense, mi mente empezó a caminar entre las nubes de la divagación y fue ahí cuando se me ocurrió escribir de esto.

Hay ciertas cosas que me hacen sentir harto pendejo, una de ellas me pasó en ese trayecto y otra la hice yo a la inversa: que me platiquen de cosas que no me interesan y por consecuente fingir que pongo atención.
Entre las situaciones que me hacen sentir pendejo se encuentran las del celular, por ejemplo que me dejen en visto en Whatsapp o como leído en Facebook. (Ejemplo: -Hola. -Leído el 3 de febrero del año 2); o que me respondan después de veintisiete siglos; estar platicando algo con otras dos personas y mientras digo algo, hablan al mismo tiempo entre ellos y mi oración se queda en el aire; estar con personas que hablan de cosas de las que no tengo idea:
 -A mí me gusta mucho el anime, wey. 
-Ah, órale. 
-Naruto, One piece, Death Note, Full Metal. 
-A mí me gusta Dragon Ball y los Caballeros.
 -Es que, pinche Chuy, tú no sabes.
 -Konichiwa...
También prender un cigarro al revés, o contar un chiste y que nadie le entienda. Igual me pasa cuando me encuentro a alguien a quien tenía mucho tiempo sin ver: -¿Qué onda, Chuyito, cómo estás? Estás bien gordo,wey, ¿sigues viendo a fulano? salúdamelo... y yo sin tener idea de quién carajos es. Pero de entre todas la que más me hace sentir bien pendejote es ver de lejos a algún amigo, conocido o familiar en alguna parte, saludarlo moviendo la mano o gritando su nombre y no me vea o no me escuche. Me da como vergüencilla. Es decir, la vergüenza según nuestro tumbaburros oficial, la RAE es: turbación del ánimo, que enciende el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena. Pero, la vergüencilla, según uno de mis camaradas y yo -saludos, Chuy- es aquella que más te rebaja, la que te hace sentir pequeño, indefenso e insignificante, lo más ruin, pues. Luego se me pasa, pero en ese momento me hace sentir bien pendejo, supongo que igual les pasa a los que les gusta Espinoza Paz y luego leen un libro. No sé.

-Joven, son cuarenta y dos pesos.
-...
-Joven, joven, cuarenta y dos pesos.
-Ah, sí, perdón.
Saco un billete de cincuenta y se lo doy.
-Uy, joven, apenas ando empezando y me siento bien pendejo de decirle esto, pero no traigo cambio...


Texto: Jesús Cáñez.
Imagen: Google.
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