Vestirse con el disfraz de la sombra de la muerte no debe de ser cosa fácil ni de tomarse a la ligera. Se debe de llegar a un alto grado de autoridad social para poder determinar si alguien debe vivir o debe de exhalar su último suspiro, al menos ha sido así a lo largo de la historia de la humanidad.
El ser humano dentro de sus más puros instintos de animal mata por distintas causas, una de ellas es por ideología.
Según la Biblia, hace cerca de dos mil años asesinaron a Jesucristo, condenado a muerte de cruz por su propio pueblo. Las religiones han sido culpables de millones de muertes alrededor del mundo desde que se inventó la primera; las antiguas civilizaciones ofrecían como sacrificio a sus dioses a cientos de personas para lograr o calmar sus deseos, ya los sociales, ya los divinos; los emperadores y senadores romanos por muchos años a modo de circo se deleitaron matando esclavos y prisioneros con leones o con centuriones y con el arcaíco pero infalible método de usar su pulgar decidían sobre la vida de otro ser; la Santa Inquisición quemaba y mandaba a la horca, antes usando tácticas de tortura maquinadas por mentes demasiado retorcidas, a muchas personas por pecadores como tú y yo; los nazis hicieron en más de la mitad de Europa uno de los más grande cementerios que han existido sobre la faz de la tierra; al mismo tiempo, otro tipo de "arios", el Ku Klux Klan, se encargaron de aniquilar a otros seres por el hecho de tener la piel más oscura que ellos; y así podríamos hacer todo un texto acerca de empresas asesinas.
Hoy, en el estado de Texas, en el vecino país de la bandera de las barras y las estrellas; ese mismo país que se jacta de intervenir para acomodar el orden mundial y luchar por los derechos humanos, parecen regresar a la antigua Francia donde en la plaza se ponía la guillotina o la horca para exponer al criminal ante el pueblo y decapitarlo o ahorcarlo. Igual, en este día bajo la famosa pena de muerte y cambiando la plaza y la guillotina por una cama de quirófano con cinturones y una inyección con una mezcla de químicos, a menos de que se se posponga o se cancele por un último recurso en punto de las seis de la tarde, el mexicano Edgar Tamayo dejará de existir.
El compatriota de cuarenta y seis años se encuentra preso en Texas desde hace veinte años y condenado a pena de muerte por el supuesto asesinato de un policía. Arrestado por robo, con esposas puestas se dice que con una pistola atinó tres disparos al extinto oficial y huyó siendo detenido metros más adelante. Según el noticiero de Joaquín López Dóriga un examen de rodizonato realizado para determinar si había disparado un arma de fuego salió negativo. Y tras un dudoso proceso judicial y varias apelaciones del gobierno mexicano y de los abogados de Tamayo para aplazar el juicio, una de ellas por padecer deficiencia mental que fuesen ignoradas por la corte texana, hoy miércoles se cumple el plazo que podría terminar con sus últimos días.
A continuación un par de enlaces del periódico Excélsior y de la revista Proceso acerca del tema.
Texto: Jesús Cáñez
Imagen: Google
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