miércoles, 21 de octubre de 2020

Hijos del maiz

 



Canción para acompañar el texto: Tzunami - Porter
Tiempo aproximado de lectura: 4 mins

Que vivimos en el país más bello del planeta y mundos circunvecinos se sabe hasta en el Xibalbá. Que gozamos de las tradiciones más ricas de la Tierra, del Sistema Solar, de la Vía Láctea y del universo es bien conocido hasta en los universos para-lelos. Así que ponte al tiro, morro, porque hoy te quiero contar poquito de algo que sucede en la cosmogonía de una de las regiones que más atrapa a sus visitantes y siempre lo dejan a uno con ganas de regresar: Mesoamérica, particularmente –en este caso-, la Península de Yucatán. Así que véngase pa’acá, pásale a lo barrido, mi querido lirabirrow. 

En un par de viajes que hice alguna vez al sureste mexicano tuve la afortunada oportunidad de adentrarme en esas hermosas zonas del Mayab y aprender una gota de agua del gigantesco océano que es la cultura Maya. Una ocasión, cerca de la ciudad de Valladolid visitando un bellísimo cenote -de cuyo nombre no puedo acordarme, pos no chingues si nomás en el puro estado de Yucatán hay más de dos mil- al cuál sí recuerdo que tuve que llegar bajando por unas escaleras a lo que sería una sofocante y húmeda cueva subterránea donde por primera vez en mi vida presenciaría con mis propios ojos ese enorme pozo de agua iluminado por un rayo de sol desde un hueco en la superficie. Una cosa preciosa, chula, y todos los adjetivos perrones que se te ocurran. Ya estando ahí hice un ritual con sahumerio de copal incluido para pedir permiso para poder entrar al agua, misma que estaba más helada que patas de pingüino, pero bueno la experiencia queda. Nunca entendí lo del permiso hasta después.


Agárrate que se viene lo chilo, ayayay. Otra ocasión fui igual de afortunado y pude adentrarme en una aldea Maya conviviendo con gente que al día de hoy se rehúsa a expresarse con la lengua de Cervantes. Cerca de la ciudad de Tulum tuve acceso a esta localidad en donde tuve que volver a pedir permiso para entrar, pero no a un ser humano, no, señor. Tuve que pedirle permiso a los aluxes. Me dieron una suerte de juguete pre-hispánico parecido a un tamborcito el cual iba tocando cada vez que ingresaba a una nueva zona del lugar. Según el camarada que me dio el tamborcito, los aluxes, son el equivalente maya al chaneke Mexica o Totonaca, seres fantásticos antropomorfos que cuidan de las milpas y las cosechas de los campesinos en todo el Mayab de quienes se relatan muchas historias. Una de ellas cuenta que los alux’ob (aluxes porque #español) existen desde la creación y son encargados de cuidar las milpas, seres con atribuciones mágicas que cuando los divinidades mandaron el diluvio para acabar con tutti la bandi se metieron en ídolos de barro para salvarse. Lo cual me hace mucho sentido si recordamos que en el Popol Vuh la humanidad es creada por los dioses utilizando el maíz para tal propósito. Entonces, si nos basamos en eso, que las milpas tengan sus guardianes no suena nada descabellado cuando nos sumergimos en esa cosmovisión maya. 

Otra historia de tantas dice que estos individuos son creados a partir de una ceremonia con un h’men (un sacerdote maya), estos camaradas cercanos a los dioses toman barro para hacer una figurilla, la cual también puede tener tela, miel o cera y le derraman gotas de sangre para darles vida, tras varias lunas la figura vivirá y servirá al amo al que fue encomendado para cuidar de su milpa, siempre y cuando este último lo alimente y le haga tributos. Usualmente se le brinda saká (una bebida a base de maíz que sirve para que el alux sobreviva), también se le ofrece pozol y hasta tabaco y uno que otro pistache.



Sea cual sea la historia, todas concuerdan en que un alux es un ser que no le gusta dejarse ver y los que han podido hacerlo los describen como seres de muy baja estatura, que visten  de sombrero y ropa maya tradicional –si es que la usan- con aspecto de anciano indígena y que les gusta mucho hacer travesuras. Estos individuos viven en la naturaleza y la encuentran como algo sagrado, así que si vivistas sus tierras y no tienes las debidas precauciones te arrojarán piedras, verás sus sombras, te pueden dar un ‘mal aire’ o causarte algún daño físico o estomacal, para ser más específicos, te causan diarrea. De igual manera están de acuerdo que el alux sirve al milpero para la buena cosecha y otro tipo de favores de buena suerte. Si el campesino deja de tributar o alimentar al alux, se va a encabronar y se irá, no sin antes desmadrar la milpa, perder los animales, destruir el huerto o incendiar la casa, así de encabronado; así regresará a la naturaleza y se dedicará a cuidar de sus tierras. Al paso de siete años el milpero debe de ponerle su casita y taparla para que el duende descanse en paz y se haga uno con el universo.

Ahí aprendí también que para los pobladores mayas los alux’ob son seres que hasta se les atribuyen mágicas facultades curativas para con sus amos y además, son dueños de todo lo que hay en la naturaleza y suelen vivir en cenotes –he ahí el permiso, dado que son portales al inframundo-, cuevas, cavernas, montes, grutas, selvas, pirámides y obviamente milpas. Después me contó mi camarada que estos fantásticos seres se opusieron a la construcción del puente cercano al aeropuerto de Cancún, donde los ingenieros que lo construían no se explicaban por qué cada vez que lo levantaban volvía a caerse, hasta que llegó un h’men y pidió permiso y les construyó una casa a los aluxes para que no dejaran de vivir ahí. Santo remedio y puente listo.

Ya bien yuyeado me fui a Cobá y subí los 42 metros de la pirámide de Nohoch mul pidiendo permiso entre todas las ceibas, estelas y escalones. Desde el templo superior a la pirámide donde está labrado el dios descendente como en el templo de los frescos de Tulum, pude observar que hay referencias a los alux’ob mientras me deleitaba la pupila con toda la vegetación de la imponente selva de Quintana Roo. Cansadísimo y sofocado de la humedad fue momento de comer la barbacoa más antigua del mundo, la deliciosa Cochinita Pibil en las playas de la antes llamada Zamá. Inmediatamente después de comer, una de las personas que estuvo conmigo en la aldea maya y no pidió permiso para entrar tuvo un ataque diarreico impresionante. I. SHIT. YOU. NOT.
Otra persona allegada a mí se fue a dormir inmerso en la selva lacandona cerca de Palenque, no pudo lograrlo debido a los ruidos y cosas que les arrojaron en medio de la noche, tampoco pidió autorización. Como tampoco los que querían hacer el concierto de Elton John en Chichén Itzá.

Cuando visites la Península de Yucatán no dejes de pedirles permiso, estás en sus tierras. Vámonos, lirabirrow, recuerda que In lak’ech, Hala ken.

Texto: Jesús Cáñez
Imágenes: Google Images
Video: Tzunami - Porter/ YouTube
@ochosieteuno_