miércoles, 7 de agosto de 2013

Vecinos


El pasado domingo a altas horas de la madrugada -7am, o algo así-, unas notas musicales considerablemente desagradables, casi satánicas, diría yo, me despertaron de un sueño que a duras penas pude conciliar a las cuatro de la mañana porque andaba leyendo unos cuentos de Cortázar. Música estridente y muy fea, con una voz femenina que en vez de cantar parecía ladrar de los gritos que pegaba. "Música de la Jenny" le llaman. Los terribles versos de esas canciones venían del departamento que está sobre el mío...Aquí quiero dejar claro un punto: yo sé que hay música para todo tipo de gustos y también sé que hay mucha gente que los domingos se levanta temprano. Lo que simplemente no me cabe en la cabeza es que pueda haber gente que diga para ellos mismos: "Ok, son las siete de la mañana de este lindo domingo, qué tal si se lo arruinamos a los demás poniendo a Jenny Rivera a todo volumen". O al menos así lo veo yo... pero en serio, ¡qué sacrílego infeliz hace eso en un domingo a las siete de la mañana! está de sobra decir que pasé un domingo arruinado.

Esta situación me hizo recordar algunos sucesos, que ahora que lo pienso, han dejado en mí un cierto resentimiento a las personas que cohabitan conmigo una calle o un conglomerado de departamentos.


Mi aversión por estas personas llamadas vecinos empezó en el invierno del 97, en enero para ser más precisos. Salía yo de mi casa  en mi natal Torreón una mañana rumbo a la escuela primaria cuando mi perro, un hermoso samoyedo de nombre Fáuster, vomitaba sangre. De regreso, por la tarde al llegar a casa, mi perro estaba tendido sin vida en el porche de la entrada sobre un gran charco de sangre. Lloré como loca desaforada, desconsolado sin saber por qué. Después me enteré que la vecina de un lado -la misma que me ponchaba o no me regresaba los balones cuando se volaban a su patio- había aventado un trozo de carne con vidrios dentro para que se lo comiera la Cristina, perrita schnauzer que le ladraba hasta la luna, pero demasiado selectiva para comer. El Fáuster que era un perro muy tranquilo y callado, en contra parte era un tragón que hasta los chicles se comía. Nunca más he vuelto a tener mascota, pero ya lo superaré.

El vecino del otro lado era un señor ya entrado en años, anteriormente exitoso y hace apenas dos años un ser deprimido y con conductas suicidas. Con puntualidad inglesa nos acostumbró a las seis de la tarde al tufo de su churro vespertino, aroma que por lo menos rodeaba dos o tres casas. Siempre ahogado en alcohol parecía no parar jamás. Una vez lo vi botella de vodka Oso Negro en mano, un caballito y una naranja a la mitad sentado en la banqueta de su casa hablando solo de física y viajes en el tiempo. Sus que-veres con homosexuales vestidos de mujer inhalando chemo afuera de su casa a veces nos covenían, pues llegaban las vestidas a tocar a la casa con su envase con resistol pidiéndonos diez varos a cambio de barrernos la calle. Sin embargo, pese a todos sus problemas, adicciones y aficiones era una buena persona. Vendió su casa y nunca más lo volví a ver.

Ya en Jalisco, en Puerto Vallarta, tenía por vecino a un trabajador de hotel, al parecer buena persona. Nunca hablamos más de cinco palabras, pero parecía buena persona. Este, contrario a mi vecino lagunero, fumaba mota a todas horas. Al despertar olía a mota, a la hora de la comida tufo de hierbamala, al anochecer de nuevo humazos olor a mois. Las únicas veces que no apestaba a mostaza la casa del vecino era cuando se escuchaban los gemidos de su novia en sus trances amatorios, lo digo así porque parecía que ponían el altavoz.
En los Altos he vivido en dos ciudades. En una tenía unos vecinos que en el piso de arriba no tengo idea por qué pero movían muebles a todas horas o eso supongo pues se oía como al mover una mesa. Lo extraño era que daba igual si lo hacían por la mañana o en la tarde o en la noche o a las dos o a las cinco de la mañana. Todos los días. Supongo que era alguien con un trastorno obsesivo compulsivo de mover mesas.
Los del otro lado eran una pareja en que el marido nunca se dejó ver. Sabía que existía, pero nunca se vio, tal vez era inválido o tenía una enfermedad que no le permitía salir de la casa.


En fin, donde estoy ahora es un edificio con seis departamentos. En el uno se acaba de mudar una señora que apenas ha movido sus cosas; en el dos y en el cuatro no  vive nadie; en el tres vive una señora viuda con su french poodle; en el cinco vivimos mi esposa y su humilde servilleta; y en el seis viven los vecinos que me odian. Del otro lado del edificio tenemos como vecinos a una empresa de servicio funerario, al parecer no productiva pues en el tiempo que llevo aquí sólo han tenido dos velorios, ¡Gracias a Dios!


Los ya mencionados vecinos del seis, los satánicos adoradores de "la Jenny", llegaron después que nosotros. Muy propios vinieron a presentarse con la consigna de que debemos cuidarnos como vecinos que somos, y pese a que veo Investigation Discovery, no le veo caso dentro de un edificio que parece búnker en un apocalipsis zombie.
Estos vecinos se quejaron de mí con el administrador del edificio porque se azotó una puerta en la madrugada. En su triste cerebro de ardilla habrá imaginado que a mí me gusta que un aironazo me azote la puerta del baño y me despierte del susto. A raíz de eso me dejó de hablar -nunca fuimos ni intento de amigos- y ahora me odia. Una vez en el centro fui a preguntar por inscripciones para el Teachers training en una escuela de inglés y cuál fue mi sorpresa al ver a mi vecino del seis de recepcionista bajo la mirada atemorizante de su supervisora, hablándome con una cordialidad más hipócrita que actriz de novela de las nueve. Rápidamente se apresuró preguntando con ingenio de sobra: ¿Sabes inglés? y yo le respondí en seco: Cotton. A partir de ahí no volvimos a dirigirnos la palabra. Me odia como el vecino de arriba a Joaquín Sabina: "Mi vecino de arriba/ se lo pasa fatal/ y que yo me divierta/ no puede soportar,/ cuando me mira siente / ganas de vomitar; /si yo fuera su hijo/ me pondría a cavar. 

Claro que también he tenido vecinos muy agadables y personas de gran calidad humana, sólo que a ellos los recuerdo con cariño.
Si yo he sido o soy uno de tus vecinos me disculpo por cualquier cosa que te haya hecho sufrir (not). Me despido deseándote suerte con tus vecinos, no sea que los despierten los domingos con las melodías de la Jenny. 

P.D. Si vuelve a suceder tomaré venganza a las seis con rolitas de From Autumn to Ashes.

Texto: Jesús Cáñez.
Imagen: Google.
Sígueme en Twitter: @hijodetintan

2 comentarios:

  1. ¡Jajajaja! muy bueno, aunque realmente no sabría decirte si es bueno o malo lo que está pasando ya que gracias a eso tienes algo que aportarnos.

    Saludos!

    Elizabeth Medina.

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  2. Es entonces cuando recuerdo a mi abuela con ganas de callarnos sin gastar mucha saliva y decir.... Cada cabeza es un piojero..

    Animo!

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