Le doy uno, le doy otro. ¿No le
gusta? Se lo cambio. Sale uno, sale otro. Échale otro. ¿Quién me da mil pesos?
Más abajo. Ochocientos. Échale otro. Ochocientos. Es más, no me dé ochocientos,
deme setecientos. Y de regalo, y de regalo, le voy a dar el juego de cama.
Mire, vea, para el niño el de los miniones y pa’ la niña, y pa’ la niña el de
Peppa pig. Del bonito, del barato, de borrego. ¿Tampoco? Es más, a ver, señito,
usted, la de rojo; oiga, güerita, ¿trae quinientos? No me dé quinientos, deme
cuatrocientos pa’ echarme la persignada y mire lo que se va a llevar:
secretario, pásame ese, el de arriba, ese mero, el del león, el suavecito. Está
de pelos, de peluche. Échame otro y esas sábanas de hilo egipcio, y nomás
porque ando de buenas dame ese cojín de popelina ¿ah, ya nos llevamos? Vea
nomás, ¿se va a animar, caballero? Le doy otro. Cobrador, ve con ella...
Ya nomás leíste y te viste frente
al vendedor de cobijas ¿edá? Así te quería agarrar. Ahí te tiene todo embobado
el pinche merolico. No te culpo, es más, te justifico. Su discurso es ágil y
verlo es un deleite; se avientan mensajes más rápidos que raperillo de poca
monta soltando su doble tempo. Estos sujetos muchas veces son trabajadores y
representantes de fábricas textiles, particularmente del centro del país;
muchas otras son vendedores independientes que vienen haciendo el mismo oficio
de generación en generación. Sin embargo, a pesar de las diferencias que
pudieran existir dentro de su misma labor todos coinciden en que desde hace
muchos años venden –o vendían- un producto estrella: la típica cobija de
acrílico con estampado de algún felino, equino o guerrero prehispánico; exacto,
el famosísimo cobertor San Marcos. Ese mero, el del tigre. Tan calientito que Jon Snow lo usa beyond The Wall.
Con nombre de evangelista Cristiano este singular aliado contra las noches de concha y chocolate se ha posicionado de un tiempo para acá como un estandarte dentro del imaginario de la cultura popular mexa. Tal vez junto a las máscaras de luchador, el albur, la selección nacional, el mariachi, el tequila o La Virgen de Guadalupe, es una de las efigies que ensamblan a todo el demográfico azteca.
Similar a los Chachitos que aparecen en tu alacena y nadie sabe de dónde
salieron, esta ropa de cama cumple la misma suerte en tu armario. Nomás aparece.
Disminuye la temperatura y arrumbado ahí bien dobladito encima de tus atuendos
invernales ese par de ojos de unicornio en fondo azul te grita que quiere
cobijar la piel chinita de tus brazos. ¿Quién eres para negarte al calor de la
suavidad de sus fibras? Lo tomas y te enrollas en su calidez como abrazo de
abuelita. Hasta lo sentiste, lirabirrow.
Jesús Rivera Franco fue el
compatriota que materializó el sueño de tener una cobija que pudiera
proporcionar calor y que fuera asequible para toda la población. Este residente
hidrocálido oriundo de mi natal Teocaltiche, Jalisco, fue a trabajar a corta
edad a una fábrica de sarapes en el vecino estado de Aguascalientes siendo ahí donde
se familiariza con los textiles. Después de un par de viajes a Europa,
particularmente a España, regresa con el material perfecto para concretar su
idea. Dicen los que dicen que saben que después de más de dos mil intentos
salió avante con la famosa cobija que engalana la mayoría de las casas
mexicanas. Esa de cara en los dos lados y la etiqueta con los arcos de San
Marcos ahí en agüitas.
Sin embargo, no siempre gozó de
la popularidad que la nostalgia permite que hoy esos cobertores sean objetos de
deseo. Por un tiempo, el San Marcos fue visto como un pedazo de tela de mal
gusto o que bien, se relacionaba con las clases bajas y paupérrimas del país. Mera
hipocresía, pues esta democrática cobija tiene su lugar en las casas de la
gente más acomodada como su rinconcito en la de la familia más humilde. Tal vez
esta idea se debió además de sus exóticos diseños, al uso que varias personas
le daban, pues se veían en los asientos de los vochos, como cortinas o cubriendo
el sillón fresón, no vaiga siendo que se nos manche.
Si tú tienes uno de los antigüitos permite que te diga que tienes una de las pocas piezas que se conservan de las confecciones originales. En los años noventa Rivera decide vender San Marcos a Cydsa –los de Sal La Fina, entre otros-, que debido a las pocas ventas del producto original decide cerrar permanentemente hace dieciséis años, por lo que si en ese lapso compraste uno de ellos lo más probable es que sea fake. Esa disminución de ventas se originó debido a la llegada de réplicas chinas a muy bajos precios, al igual que replicaron las guitarras de Paracho y los sarapes de Saltillo. Ponte al tiro, ahí andas bien contento con tu sarape de Saltillo made in China.
Hoy es tal la nostalgia del producto
que inclusive la diseñadora Brenda Equihua hace dos años se dio a la tarea de
lanzar al mercado siete productos basados en la idea original del cobertor San
Marcos, entre los que destacan chamarras y sudaderas. Así que si te andan
sobrando de 250 a 500 dólares lánzate por una de ellas.
Mientras llega el frío sabroso cobíjate con lo que halles, luego te das de
topes por no hacerle caso al merolico cuando no le ofreciste los cuatrocientos
que te puso ya en rebaja. Le voy a dar ese. Le voy a dar otro, ahí le voy. Le
voy a dar el cobertor de Aguascalientes. Le doy ese. Seiscientos. Le doy otro.
Seiscientos. Pero no me dé los seiscientos, no, deme cuatrocientos. Mire, vea,
ahí le va. Pásame ese, el del tigre. Pásame otro. Cuatrocientos. Échale otro. Cuatrocientos…
Texto: Jesús Cáñez
Imágenes: Google Images
Canción: Baila mi cumbia - Jimmy Fontanez/ YouTube
@ochosieteuno_