miércoles, 25 de noviembre de 2020

Supersticiones y un repollo




 Canción para acompañar el texto: Bocanegra - Sonido Gallo Negro
Tiempo aproximado de lectura 4 mins

Fui a la plaza de armas de Torreón para mitigar la sed con un vaso de agua célis con limón (personas que me leen y no saben qué es los invito a visitar nuestro bello centro histérico), y en el trayecto decidí pasar por el Mercado Juárez. De pronto una infinidad de voces que me hicieron sentir buchón me hostigó con frases como: "¿Qué andaba -así en pasado- buscando, joven?", "Pregunte, jefe, sin compromiso", "Pásele, patrón, aquí tenemos el remedio que le andaba faltando", etc. Es irremediable no detenerse a ver por un momento la gran cantidad de hierbas, aceites, mazos de cartas, estampitas, caracoles, figuras de esqueletos, lociones, jabones de "dinero ven", trucos para hacer "amarres", cuarzos, polvos de "foloumí", esencias y otro etcétera. Pero entre todas las cosas, me llamó bastante la atención una herradura con trozos de sábila, listones rojos y un collar de cabezas de ajo con una estampita de un santo de cuyo nombre ahora no puedo acordarme. Quesque pa' la prosperidá en los negocios y pa' evitar las malas energías.

La suerte, buena o mala, ha rondado a la humanidad desde tiempos ancestrales. La civilización Mexica, por decir alguna, hacía sacrificios para cambiar el humor de los dioses y obtener algunos beneficios -algo así como lo seguimos haciendo ahora-; supersticiones les llaman algunos, que para los romanos eran para sobrevivir a los malos augurios traídos por las aves.
Algunas de estas mismas para atraer la buena suerte son los ya mentados cuarzos, la herradura de un caballo, el número siete o una pata de conejo. O todas juntas. A veces las necesitamos porque qué tal que es como este otoño, que en 666 años no había caído Halloween en viernes 13 y mira, ya hasta se murió Maradona. 

Hay otras que ocurren por mero destino. Hace tiempo conocí a una persona que cada que pasaba el afilador tocando su flautita se sacudía todo el cuerpo porque iba a recibir dinero, por las mismas razones también se sobaba el codo cuando se pegaba. Igual, hay gente que dice que es de buena fortuna que te cague un pájaro en la cabeza. Recuerdo que de morrillo la señora de la tiendita en la primaria decidió incluir en la canasta básica pa' los plebes unas delicias culinarias de otro país comúnmente conocidas como jotdocs, así que fui por uno. Y ahí iba yo rumbo a la cancha de fútbol cuando justo en medio de mi almuerzo cayó una caca de paloma. Menos mal que no soy supersticioso y me quedé con hambre. Menos mal que las vacas no vuelan.

Pero también hay varias supersticiones de mala suerte. Estas son las que nos encantan, y entre ellas se encuentran, por citar algunas: pasar debajo de una escalera; romper un espejo porque te vienen siete años de infortunio -chingao, en la mañana rompí el del baño y ya iba saliendo de los otros siete-; cruzarse con un gato negro -tan chulos que son-; todas las de los martes; tirar la sal, que e igual a echar mala sal, como el Cruz Azul; escuchar o decir el nombre de una mala persona, como Voldemort; abrir un paraguas bajo techo o dejar unas tijeras abiertas; el mal de ojo; toparse con un tuerto por la mañana al salir de casa -imagínate que es un familiar tuyo y vive contigo. Te chingaste de por vida, compa-;  o en el treatro nunca vestir alguna prenda amarilla -esos pinchis teatreros como jugadores de fútbol son harto supersticiosos-; a todos aquellos que inician puesta en escena: rómpanse una pata y mucha mierda.

En Como agua para chocolate, libro de realismo mágico de Laura Esquivel, menciona que los tamales no se cuecen si hay personas peleando en la cocina porque los deliciosos tamalitos se enojan, entonces tienes que cantarle canciones de amor para que se reconcilien.
Lo que nos lleva a las supersticiones para contrarrestar las malas supersticiones -jaja-: Tocar madera y botellita de jerez, todo lo que me digas será al revés; hacerte una "limpia" con un limón o un huevo -terminas todo adolorido-; bañarte con hojas de pirul; hacerle caso al horóscopo; jalarte las orejas cuando te asustas -las orejas nomás, eh, puercos-; ponerle a las embarazadas una chingadera de metal en la panza cuando hay eclipse; y llevar un amuleto pa' contrarrestar las desgracias y el mal d'iojo, etc.


Hay otras que dictan el destino por lo que vendrá a futuro: como aquellas que ya mencioné para que te caiga una feria; si a un muerto se le quedan los ojos abiertos es que lo va a seguir alguien de su misma familia -pinchis nazis-, si te cae la muerte en las cartas tuerces el de hoja, cuelgas los tenis, te carga el payaso, como gustes; si te barren las patas no te casas a menos que pises la orilla de la escoba; todas las de año nuevo, etc.

Hace varios años, me puse la argolla de matrimonio de una prima en el dedo anular y me dijo que ya no me iba a casar ni poniendo a San Antonio de cabeza; y mírame, bien casado por las tres leyes: por el civil, por la iglesia y por pendejo. Pero yo sé de la más fuerte de todas las supersticiones a futuro, y lo digo porque pasa, la famosa y temible maldición gitana: pisteas lunes, pisteas toda la semana.

Y ya pa' cerrar porque llevo 13 minutos escribiendo, la famosa triscaidecafobia, es decir el miedo al número trece. Dicen los que dicen que saben, o sea Wikipedia, que surge en la Última Cena de Jesucristo, por estar sentadas trece personas en la mesa y ya sabemos lo que pasó depués. Es así que muchas aerolíneas no tienen la treceava fila; muchos hoteles no tienen el décimo tercer piso -me consta, en Guadalajara me hospedé en uno; y aquí en Torres no decimos la trece cuando de las calles hablamos, de la doce nos brincamos a la catorce y a la trece le llamamos por su nombre: Cuauhtémoc.

Y ya vámonos a la plaza por mi agüita que me dio más sed. Ya llevo en mi bolsa siete hierbas, tres jabones, dos esencias, cuatro aceites y seis amuletos. Al cabo yo no soy supersticioso porque es de mala suerte.

Texto: Jesús Cáñez
Imágenes: Google Images
Video: Sonido Gallo Negro - Bocanegra / YouTube
@ochosieteuno_